¡Quién siembra verdad, cultiva confianza! reza un refrán popular. En el caso de nuestra Venezuela, fue la palabra y la acción del Comandante y Maestro, ambas con mayúscula, Hugo Chávez Frías, quien desde el primer momento le dio la cara al pueblo venezolano, y le dijo la verdad. Aquel 4 de Febrero declaró “Soy el responsable, no lo hemos logrado y por ahora bajamos las armas”. Fue honesto, no mintió como nos tenían acostumbrados los políticos de oficio, y al mes siguiente la gente vistió a sus niños de chavitos. No fue un hecho pasajero, ni fortuito, y mucho menos folklórico. Fue un acto de homenaje a ese hombre que dio la cara y enfrentó su destino con valor.

Para ese momento yo tenía apenas 10 años, y dentro de la cultura mirandina de la que provengo, la palabra empeñada y cumplida tiene un valor infinito. Ese soldado que prefirió la cárcel para evitar un baño de sangre innecesario se convirtió en un ejemplo, un norte, un modelo a seguir.

Salió a la calle y comenzó a hablar con la gente, contó su sueño, su esperanza: iniciar la construcción de una sociedad añorada de justicia y equidad, una sociedad en la cual cada mujer, cada hombre, cada niño, cada niña tuviéramos las mismas oportunidades de aportar, de participar, de acuerdo con nuestras capacidades y conocimientos. La suya fue, es, una visión del quehacer colectivo para así garantizarnos lo necesario para una existencia digna, en la cual nuestros puntos de encuentro son la vida, la libertad, la igualdad, la solidaridad, la responsabilidad social, la democracia, el respeto a los derechos humanos, la ética y el pluralismo ideológico.

En miles, en millones, Chávez sembró su visión honesta, su verdad, y a medida que pasó el tiempo empezó a ver los primeros brotes de su cosecha: la confianza en ése, su sueño, nuestro sueño.

Y, es por eso que este pueblo -antes invisibilizado, silenciado, ocultado, ninguneado y despreciado para podernos usar y explotar sin miramientos, sin alternativa alguna- hizo patente su confianza en Chávez al aceptar y apoyar su decisión de designar a su hijo, al hombre que él en persona formó para ser el primer Presidente chavista, como nuestro Jefe de Estado, y así garantizar la continuidad de nuestra construcción colectiva pese a la ausencia física de nuestro líder.

Así Nicolás Maduro asumió el reto enorme de conducirnos en el exigente proceso de cumplir nuestra ruta, sin retorno, hacia un modelo que contradice las pretensiones del capitalismo neoliberal, ése que ya debería entender que no somos patio trasero de nadie, y, por supuesto, que no necesitamos ni aceptamos que se pretenda tutelarnos o conducirnos como ganado al matadero.

Estamos muy claros en cuanto a qué y cómo somos. Somos los herederos de los libertadores, los hijos de Chávez, los hermanos de Maduro. Somos flexibles, pero finalmente inquebrantables por la fortaleza de estar juntos.

Con Bolívar, Hugo y Maduro, hemos estado sembrando nuestra visión con honestidad. Por eso cada vez que este sueño de justicia es puesto en peligro por el egoísmo de quienes no quieren perder sus privilegios entonces nuestras manos se unen para hacer un enorme puño, un símbolo de todos juntos, como una contundente respuesta a la violencia del capital, y la atrocidad de un modelo que es capaz de aplaudir al agresor y patear al agredido.

Nuestra siembra de 20 años ha generado un enorme bosque de robustos árboles, bajo cuya sombra se acobija el sueño de una sociedad diferente. Se trata de una sociedad donde cabemos todos, en plenitud e igualdad, donde la conciencia se debe cosechar juntos a una nueva forma de comer, de beber, de cantar, de trabajar, de estudiar, de vivir, distintas a las ofertas engañosas del capitalismo salvaje.

Ése es nuestro derecho ganado por una larga siembra, cuyos frutos se ven en cada mano amiga que ayuda al que está caído, impulsa al que necesita avanzar, aporta para el bien común, y se convierte en un marco para la sonrisa de un pueblo dispuesto a ser feliz.

Cada vez cosechamos más la confianza gestada en nuestro seno.

Aún hay quienes temen o se oponen a nuestra propuesta sin darse cuenta de que no han perdido nada y sin reconocer que incluso han ganado mucho. Aún hay quienes quieren seguir jugando a la traición a la Patria, a venderse al enemigo a cambio de unas cuantas migajas que les arrojan sus amos.

Pero la mayoría, nosotros quienes confiamos en nuestros amigos, no estamos dispuestos a regresar al viejo modelo del silencio obligado, de una élite única privilegiada, de una metrópoli externa que nos roba y nos esquilma como ovejas.

Hemos sembrado con la verdad por delante, y seguimos recogiendo confianza. Una confianza garantizada porque estamos todos juntos, sólidos, resistentes, unidos contra viento y marea, sabiendo que se trata de nuestro destino común: lograr una revolución de justicia y equidad. Es nuestro futuro luminoso. Es el sueño de Bolívar, Chávez, Maduro, de cada uno de nosotros. Y nadie podrá detenernos.