La semana pasada, en una conversación con José Vicente Rangel causó impacto nuestra afirmación relacionada con la urgente necesidad de desarrollar 200 moléculas básicas para la industria farmacéutica de nuestro estado, con la visión a mediano plazo de poder suministrar medicamentos a todo el país.

Durante estos últimos días, ante las desesperadas acciones del gobierno estadounidense para descalificarnos y preparar un expediente que le permita justificar una iniciativa militar contra nosotros, el tema de la molécula se hizo recurrente. Fue tratado en unos cinco medios distintos.

Somos el producto de eso que Bolívar llamó el crisol de razas. La capacidad de entender el entorno, la naturaleza, como parte integral de lo que somos nos viene del indio. Es el sabernos parte de un todo. Eso nos dio el primer átomo: la unidad entre iguales. Se consolidó con el aporte africano que nos llegó en barcos negreros, como mercancía, sin darse cuenta que era un verdadero río de pasión libertaria que aportaba su caudal para aumentar el amor a la familia,  a los amigos, a la comunidad, al espíritu indómito de los cumbes y las rochelas.

Mucho más tarde, como una vacuna contra el sentimiento capitalista, explotador, cruel del colonialismo europeo, nos llegan las ideas libertarias e igualitaristas de los socialistas utópicos, de los enciclopedistas del siglo XIX.  Ese pensamiento nutrió la acción de nuestros libertadores.

Y a partir de allí, esta tierra de gracia acogió a muchos soñadores, mujeres y hombres que han ido destilando sus ideas de libertad, igualdad, hermandad, amor y compromiso social, en un intercambio para consolidar nuestras moléculas de un venezolanismo solidario.

Un sentimiento que sale en las crisis, en los conflictos, que se convierte en un kilo de sardinas, cinco zanahorias, una bolsita de café, o en un blíster de pastillas. En la mano solidaria que ayuda a la anciana a subir a la buseta, y en la mirada de consuelo cuando unos ojos llorosos en la calle nos hablan de un dolor profundo. Es ésta nuestra naturaleza que se evidencia cuando alguien no tiene como completar el pasaje, y una mano desconocida le extiende algo de dinero para saldar la deuda.

Esa es nuestra molécula identitaria, la misma que nos lleva a convalidar la acción gubernamental cuando una nación vecina ha sufrido los embates de una tragedia, y a diferencia de los envenenados por el egoísmo del capitalismo salvaje, estamos dispuestos a entregar nuestra mejor camisa si otro la necesita.

Ese sentimiento crece a diario, nos identificamos con el amor, con un compartir valiente, fuerte, dispuesto a todo con tal de hacer respetar nuestra decisión. La misma que nos hace salir a votar alejados de la violencia, la misma que puede convertirse en un huracán social si se intenta desconocernos.

Con el Comandante Chávez comenzamos una política de solidaridad real con nuestros vecinos de El Caribe, con los pueblos golpeados en las naciones vecinas, y la respuesta se ha hecho escuchar: con todas sus presiones, políticas, militares y económicas, la mayor potencia militar del planeta no ha logrado derribar los muros de amor.

Estamos construyendo un modelo nuevo, fundado en la solidaridad, la igualdad y el amor. El respeto y el auto-respeto. Nos jugamos a Rosalinda, como repetía Hugo Chávez, nos jugamos nuestro futuro brillante, y lo vamos a lograr porque tenemos, como pueblo, una identidad molecular perfectamente definida, y amorosamente sólida.