El líder mexicano Benito Juárez se empeñaba en decir que sólo el respeto al derecho ajeno traerá la paz. Y es precisamente alcanzar la paz el mayor sueño de cualquier individuo, de cualquier comunidad, de cualquier nación.

Sin embargo, la noción de paz pareciera ser lo más alejado a cualquier país de este planeta. Y en el caso de Venezuela, la paz es justamente el mayor sueño establecido en nuestra ruta de viaje, la Carta Magna.

Un ideal que fue trazado hace dos décadas bajo la guía del Presidente Hugo Chávez Frías y se ha convertido en un vocablo, en un concepto repetido por cada ciudadano que participa en la actividad política nacional, marchas, en las discusiones colectivas, en las reuniones comunitarias, en todos los eventos promovidos por los partidarios de la Revolución Bolivariana.

En contrapartida, hay una corriente política administrada y representada por algunos de los grupos opositores, quienes fomentan sentimientos y posturas opuestas a la paz. Una visión que se multiplica como una caja de resonancia a través de la programación consuetudinaria de los medios de comunicación masivos.

Y las organizaciones políticas más identificadas con ese capitalismo que algunos han calificado de “salvaje”, se han convertido en sus más prolíficos reproductores: egoísmo disfrazado de comerciante, egoísmo vestido con el ropaje de la violencia segregacionista y hasta xenofóbica, egoísmo camuflado con el discurso de los más instruidos y mejor formados como un arma para relegar y hasta invisibilizar a los menos favorecidos de las sociedad.

Y es ese modelo egoísta el que ha llevado a unos menos a tratar de pasar por encima del derecho propio de nuestra nación, aprobado mayoritariamente en 1999 en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Y con la filosofía de aquellos que sólo se miran el ombligo, cuando no logran salir triunfantes, patean la mesa y acuden al argumento de la violencia, del fuego como herramienta de coacción, de la fuerza de las armas extranjeras como acicate para imponer lo que no pudieron a través de las urnas electorales.

Ante las últimas acciones caprichosas y antidemocráticas ocurridas en nuestra Venezuela, con las que se pretende patear cualquier norma y cualquier acuerdo social, de convivencia, es inevitable recurrir al concepto de familia. Una familia es múltiple y variada, sobre cada tema suele haber distintas posiciones, pero el amor, el plan común, une a todos los miembros, muy especialmente en momentos de dificultades, es entonces cuando las familias se abrazan con más fuerza y salen a luchar contra viento y marea. Ante la injerencia internacional y siguiendo con el ejemplo de la familia, vale la pena preguntarnos: cuando en casa tenemos diferencias ¿acaso permitimos que el padre de otra familia vecina entre a la nuestra y decida lo que debemos hacer? Jamás lo permitiríamos, porque nuestra familia se respeta, igual ocurre con nuestra Venezuela, que es nuestra casa, nuestro hogar, nuestra familia.

En el caso de una comunidad, de una nación, de un país, son esas diferencias, son esos desencuentros los que permiten, dentro de un diálogo abierto y honesto, consolidar una sociedad democrática, sana, con un único y gran sueño, lograr una vida de justicia y equidad donde todos puedan ser felices sin distingo de razas, género, condición social, cultural o económica.

Y es eso lo que buscamos y necesitamos. Tenemos problemas reales que debemos enfrentar todos juntos pensando en el bienestar colectivo; requerimos confrontar visiones y lograr acuerdos para la mayor suma de bienestar posible; necesitamos superar las consecuencias del inhumano bloqueo del que somos victimas, producir alimentos para satisfacer las necesidades de hasta el último de los ciudadanos; nos urge solventar el tema de los medicamentos, y para ello, necesitamos fortalecer la producción nacional desde el Estado y desde la iniciativa privada.

Aquí cabemos todos, siempre bajo la luz de nuestra Constitución y nuestras leyes. Eso lo podemos lograr con una gran paciencia, con una amplitud para aceptar al contrario y convertirlo en nuestro hermano y él entienda que no somos sus enemigos, sino sus compañeros de viaje.