Aquella noche, hace más de dos mil años, en un pueblo perdido allá en el Oriente Medio, nació un niño en medio de un espacio de marcada pobreza. Un niño que reconocería años después que había venido a ser la espada (Mateo 10,34-36), a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre porque para lograr un cambio radical hay que afrontar con valor la realidad existente, para poder conquistar una transformación permanente se debe romper con lo que hay. Y ese cambio debe hacerse en nuestros corazones y en nuestras mentes.

Ese niño no tuvo dificultad para enfrentar al poder cuando apenas tenía 12 años. No se detuvo al exigir justicia, así viera amenazada su propia existencia por una muerte cruel. Su voz no fue silenciada cuando exigía a los ricos que se preocuparan por los pobres.

Y luego agregaba: No vine a ser servido, sino a servir. Vale decir que un líder no es aquel que ostenta el poder para recibir beneficios, sino aquel que se pone al servicio de los otros para garantizar equidad, igualdad y justicia.

El tiempo de Navidad es oportuno para revisar los cambios que se han venido realizando en nuestro país. Hace 60 años, el venezolano humilde estaba siempre dispuesto a compartir aún lo poco que tenía. En cualquiera de nuestros barrios o pueblos, los vecinos se apoyaban mutuamente. El compartir no era un lema, era una forma de vida, una decisión existencial de la mayoría. El sentirnos bien conllevaba la claridad de conciencia de que debía ser un sentimiento colectivo, y que nuestro accionar debía apuntar, siempre, al bien colectivo. Si todos estábamos bien, entonces el yo individual también estaba bien.

Después de medio siglo de una campaña sostenida desde todos los medios de comunicación (radio, prensa, cine, televisión y redes), más un crecimiento continuo de muchos desplazados, marginados y perseguidos de las naciones hermanas, la visión ha cambiado. El egoísmo se ha implantado como una manera de actuar “natural”. Sin embargo, la mayoría de los mirandinos, de los venezolanos seguimos aferrados a la solidaridad, al amor, a la esperanza, porque nuestro pueblo es diferente, es único, es especial.

El Comandante Chávez ofrendó su vida misma para garantizar que los avances socioeconómicos se cimienten y se conviertan en naturales. El presidente Maduro, sus gobernadores, alcaldes y concejales, así como un denso equipo de funcionarios con consciencia, luchamos a diario portando los valores de la justicia y la equidad, conscientes de que nuestro padre, Hugo Chávez, entregó su vida como sacrificio para nuestra felicidad y debemos honrarlo.

En estos días de navidad es necesario detenernos un poco, reflexionar y pensar en lo que queremos y en lo que estamos dispuestos a hacer para alcanzar los propósitos que nos hemos planteado. Cómo concretamos ese sueño de un mañana iluminado, de igualdad de oportunidades, de servicio honesto, de justicia y equidad. Y a medida que estemos más claros, entonces podremos asumir responsabilidades para poder obtener frutos, definir nuestras tareas para sumarnos en la conquista del sueño. Un sueño como el que estamos llevando adelante en Miranda porque, como reza un proverbio africano “Si quieres ir rápido, ve solo. Si quieres llegar lejos, ve acompañado”. Porque sólo juntos lograremos el cambio de manera definitiva e irreversible.

Nuestro saludo navideño a todos los mirandinos y mirandinas, a cada uno de los funcionarios públicos, a cada militante, a cada servidor público, abuelas y abuelos de nuestra alma, a cada mujer luchadora, a cada niño, niña y joven. Todo lo que estamos haciendo, lo hacemos comprometidos con la paz y con una alta dosis de amor. ¡Feliz Navidad!