En un futuro, quizás no muy lejano, el mundo entero, en su camino de regreso de la crisis gestada en las entrañas más profundas del capitalismo, seguramente reconocerá en la figura y el pensamiento del comandante Hugo Chávez Frías, el trabajo del pionero, profeta y constructor de la visión de una mundialización donde la justicia, la equidad y, sobre todo, la conciencia humanística será la clave para la mejor etapa de la humanidad: la de la paz y la hermandad.

Repetía, una y otra vez, Chávez: “Cada día el mundo está más esperanzado con la Revolución Bolivariana. No podemos fallarle al mundo. De lo que pase en Venezuela, del éxito de nuestra revolución puede depender el futuro, la salvación de este planeta”.

También nos enseñó que en América Latina nos quieren imponer el modelo de democracia diseñado por los Estados Unidos, y al que no acepte entrar por ese carril, lo acusan de populista radical, terrorista y dictador.

Esa visión, esa pretensión imperialista, descrita hace más de una década, es totalmente cónsona con los ataques de los que somos victimas frecuentes, fundamentalmente a través del ahogamiento económico y de la distorsión en materia comunicacional.

Así sus más peligrosos ataques contra nuestro proceso de construcción se concretan en titulares de periódicos, editoriales en las cadenas de TV internacionales, referencias cruzadas en las páginas de Internet, acusaciones sin fundamento, pero armadas de tal manera que cada mentira insistentemente repetida hace que muchos la perciban como la verdad, la realidad.

Pero estos ataques, estas avalanchas de versiones distorsionadas, interesadas, orientadas a confundir y atemorizarnos, paralizarnos ante la propuesta de construcción de una sociedad más justa y armónica, no son más que el intento continuamente fallido de confundir, entorpecer nuestra decisión, nuestra ruta hacia la sociedad que queremos y merecemos.

Fue  el presidente Chávez quien retoma una idea tan antigua como la Comuna de París,  la que por cierto interconecta con la experiencia de los primeros pobladores de nuestro continente, con la actitud rebelde de nuestros ancestros Caribes.

El hecho es que entre marzo y mayo de 1871 en París se levanta una insurrección y plantea un proyecto político popular socialista y autogestionario. Surge así la Comuna, como una forma de organización donde la participación social, de todos, decide el modelo económico y, por ende, la estructura política para trabajar desde lo local, para que cada una de las personas que la conformen gestionen un modelo de autogobierno con miras a moverse hacia la autosuficiencia.

Se buscó entonces la autogestión de las fábricas abandonadas por sus antiguos dueños;  la creación de una estructura para garantizarle a los trabajadores la seguridad para sus hijos;  la formación de un Estado laico donde las iglesias se integrarían a través de sus miembros en el proceso de organizar una sociedad sin privilegios para las élites y una igualdad  absoluta.

Según el alemán Carlos Marx, esa noción de la Comuna es la respuesta del proletariado (vale decir de las mayorías) ante la visión de una minoría dueña de todo (capital y medios de producción), para avanzar hacia la construcción del socialismo.

El presidente Chávez nos instruyó para que entendiéramos las diferencias y pudiéramos elegir el camino que más nos favoreciera: No es lo mismo hablar de revolución democrática que de democracia revolucionaria. El primer concepto tiene un freno conservador; el segundo es liberador.

Y luego eligió el camino más difícil pero también el que mayores frutos permanentes nos puede traer: el de la adquisición de una conciencia revolucionaria.

Con el poder que él acumuló en un momento determinado, en los albores de la Quinta República, pudo haber asumido una visión autocrática e impositiva, rápida, pero prefirió irse por el camino lento:  aquel en que cada uno de nosotros fuera entendiendo paulatinamente que la única posibilidad de futuro es a través de la participación protagónica, beligerante, participativa de todos nosotros. Se trata entonces de un proceso donde cada uno ponga a disposición de la mayoría sus mejores cualidades y destrezas, sabiendo que con cada granito individual crecerá la cosecha colectiva.

Se busca entonces la creación de una visión compartida que evitará la especulación comercial, que logrará que cada funcionario y servidor público dé lo mejor de sí cada día, e instruirá para que la conciencia colectiva segregue la corrupción, el burocratismo y la mala administración del erario público.  El objetivo a alcanzar es un entorno donde cada uno, al ver una situación irregular se apreste a solucionarlo, porque si es un problema de otro también es nuestro. De esta manera empresarios y trabajadores, investigadores y estudiantes, industriales y agricultores, servidores públicos y ciudadanía en general,  dentro de la visión comunal, cada uno de nosotros, desde cada espacio, podremos y deberemos aportar en la construcción de nuestra vida social, política, económica y cultural.

Y ahora, ante el reto de la segunda presidencia de Nicolás Maduro, y con el plan trazado de una Venezuela bella, brillante, inclusiva y generosa, sólo tenemos un camino: Comuna o nada, porque  sólo la Comuna lo es todo.