En una de las orillas del vasto, tranquilo y refrescante río de Curiepe se encuentra una joven de tan solo 14 años de edad, quien en plena faena de lavado de ropa canta canciones de trabajo, tal como lo hicieron miles de mujeres que fueron sometidas a la esclavitud durante la época colonial por aquellas cálidas y mágicas tierras barloventeñas.

Con su potente y muy afinada voz que la caracteriza, Maikelis Ojeda, relata en forma de melodía y con mucha pasión «Voy a cortar la maleza para yo hacer mi conuco. Al que lo pica la culebra se asusta con un bejuco. Cuando venga del conuco, seguro voy a lavar. Que bueno es comer el fruto acabado de cosechar«, al tiempo que restriega con su manos un trapo en las cristalinas aguas que circulan sin cesar, hasta desembocar al muy cercano litoral mirandino.

Portando un vestido rojo, adornado con ribetes blancos y con un pañuelo rojo sobre su cabeza, indumentarias típicas que fueron usadas por las mujeres esclavizadas en la época colonial, esta curiepeña simula y recuerda esta actividad de origen africano que con el paso del tiempo se ha ido desvaneciendo.

“Estos cantos los empecé hacer desde muy pequeña, cuando tenía como ocho años de edad. Es muy lindo y grato cantar en el río tal cual como lo hicieron nuestros antepasados, porque nuestros ancestros los dejaron y uno los toma, porque son nuestras raíces. Cada vez que canto las canciones de trabajo me dejan sin palabras, es muy emocionante, me encanta. Cuando canto en el río, todo los lamentos se me van”, relata Maikelis mientras le brotan de sus ojos marrones claros un par de lágrimas de emoción.

El sueño de esta curiepeña, miembro del grupo cultural Unificación de Música, Arte y Folclor (Unimar) en el que baila, hace teatro y canta las canciones de trabajo africanas y demás músicas del Congo, es enseñar a todas las personas sobre estas tradiciones ancestrales. “A mí me enseñaron que si tengo conocimiento de algo y me gusta, y veo a otro que le gusta, pero no tiene el mismo privilegio de conocerlo y practicarlo, uno tiene que enseñarle, porque esa persona, cuando crezca, te lo agradecerá”.

Los cantos de trabajo fueron canciones realizadas por las mujeres y hombres esclavizados traídos de África, quienes laboraron por muchos años en los campos cacaoteros de Curiepe. Allí, ellos cantaban para contrarrestar y olvidar los sufrimientos, expresar sus tristezas de verse lejanos a sus tierras natales, o como una forma de comunicarse entre ellos mismos.

“Muchas veces se cantó para contar un chisme, para hablar de sus penas, o para contar una historia en ese momento. Incluso esos cantos servían para emitir códigos de comunicación entre ellos, mediante un golpe de tambor. Pero si alguien estaba despechado, por ejemplo, si un hombre estaba en la faena en pleno campo, podía hablar cantando sobre su dolor, de que una mujer lo dejó, y otro hombre que estaba del otro lado del campo, le contestaba para consolarlo. En el caso de las lavanderas, se reunían en los ríos seis o siete mujeres para cantar y manifestar sus pesares. Esta acción cultural fue la cotidianidad, el modo de vida que tenían los esclavizados”, explica Luisa Madris, historiadora y fundadora de la Fundación La Muchachera de Curiepe del estado Miranda.

Los cantos de trabajo, cuenta Luisa, llegaron a Curiepe cuando miles de hombres y mujeres habitantes del actual Congo belga pisaron el territorio barloventeño y que con sus cantos y tonadas generadas por los instrumentos musicales de aquellas tierras africanas, tales como el culo e’ puya, el fulía o el mina, se quedaron para no irse jamás.

Luisa lamenta que esta tradición, se encuentre a punto de perderse, de estar en peligro de extinción, producto, a su juicio, de la globalización y a los medios de comunicación por no darles la importancia a este tipo de cantos y demás tradiciones africanas.

“Nunca he visto que los medios de comunicación le den importancia a estos cantos tradicionales, por lo que me da el temor de que cuando mueran de ancianos las bibliotecas vivientes, todo esto se perderá. Es absolutamente necesario que el Gobierno nacional, a través del Ministerio de Educación, los incluya en el diseño curricular, en el área de Lenguaje y Literatura a todos los niños, porque es de vital importancia que esto les llegue a ellos. Si eso se enseña de manera directa en los programas de diseño curricular del Ministerio de Educación, sin duda alguna les llegará a todos a nivel nacional. Esta es una manera de multiplicar la información. Me siento orgullosa de ser afrodescendiente, porque honro a mis padres, abuelos y a mis ancestros y si somos de Curiepe mucho más”.

En una de las plantaciones cacaoteras de Curiepe, con su característico paisaje repleto de árboles que ofrecen sombra y frescura ante el intenso sol barloventeño, Carlos Longa, sin camisa, descalzo y portando un pantalón de tela de algodón blanco, simula la limpieza y cosecha del cacao en aquellas plantaciones con un machete muy afilado, mientras que canta una canción de lamento de infidelidad, acompañado por otro trabajador del campo.

Los cantos de trabajo fueron canciones realizadas por las mujeres y hombres esclavizados traídos de África.

”Tolole tolola, a la mujer perdonar actitud, porque tiene mala propiedad para engañar a los hombres. Tolole tolola, la ingratitud la ratifica porque hace todo mal. Tolole tolola, el pecho me quiere ardé cuando veo a mi rival. Tolole tolola, la ingratitud de la mujer es algo natural. Tolole tolola, la luna no engaña a nadie, el engañado fui yo. Tolole tolola, y por mi mala cabeza perdí hasta el bienestar. Tolole tolola, el enamorao con agua se desayuna y se va para su casa sin esperanza ninguna. Tolole tolola, tengo con el cantar despechando lo que quiero y así lo voy a expresar; que bonito es cuando amas de verdad. Tolole tolola, entregué mi corazón a quien no lo merecía, y ahora lo voy a decir, permite tu bienestar, porque tu mala cabeza en otro lugar sembrar”, concluye la canción Carlos y su compañero Albín Ley, mientras continúan su labores en el campo.

A pesar de la modernidad que vive el mundo, Carlos, de 31 años de edad, manifiesta su gratitud de cantar actualmente tal como lo hicieron sus antepasados en la época colonial, pues considera que la verdadera identidad del pueblo curiepeño está arraizada en los cantos y bailes que realizaron los esclavizados en la época colonial. Relata que cuando camina por la calles de Curiepe, deja de lado las canciones modernas como la salsa o el regeeton para cantar tonadas de culo e’ puya, de fulía, o hacer una guasa improvisando.

“En el campo no hay electricidad, entonces uno se distrae con la conversa o con los cantos. De repente lo puede hacer uno solo, o si tengo un compañero, cantamos juntos. Cuando lo hago me pongo mi tabaco en la boca. Esto nos hace recordar la historia de nuestros antepasados y de nuestras bibliotecas vivientes. Yo les he inculcado a mis hijos todo esto y les gusta. Mi hija mayor está en la Fundación La Muchachera, ahí canta, baila y aprende de la cultura popular. También tengo a mi hijo, el varón del medio, que participó y fue finalista en La Voz de Brión, él canta y le gusta tocar tambor. También les enseño y a las generaciones que andan conmigo. Les digo que deben respetar la cultura, que esto no es un bochorno. Además educo a los niños y adultos de la parroquia con los conocimientos que nos han dejado nuestros ancestros y las bibliotecas vivientes”.

Prensa Gobernación de Miranda